Por Beatriz Mesa Mejía Friday, October 30, 2020
Conozca a esta artesana de la etnia Los Pastos que con su empeño, creó “Hajsú Etnomoda”, una marca que hoy es sustento de varias manos artesanas nariñenses.
Expoartesano La Memoria 2020, es el escenario en el que confluyen gran parte de las historias de los artesanos de nuestro país. Por eso, hoy compartimos la de Flor Imbacuán, una artesana para quien su trabajo, representa la armonía que encuentra en la vida que le rodea:
Hay una etnia llamada Los Pastos y a ella pertenece Flor Imbacuán Pantoja. Se asienta al sur del departamento de Nariño. Tiene cuatro cabildos reconocidos y entre ellos está el resguardo indígena Carlosama. “Una herencia que nos han dejado nuestros mayores. Nosotros estamos caminando por las huellas de nuestros ancestros”, dice esta mujer que lidera un proyecto de largo aliento.
En este territorio se trabaja en el telar Guanga, que es ancestral, precolombino, así lo explica Flor, quien desde niña encontró en su madre la maestra que le transmitió los saberes que vienen de un pasado rico en su cosmogonía. “El saber se transmite por línea materna y de mujer a mujer”.Y así, entre juegos y relatos María Fanny Pantoja, su mamá, fue abriendo caminos que hoy señalan nuevos senderos.
Flor Imbacuán, siempre orgullosa de sus raíces, se define como una mujer emprendedora que ama a su gente y a su cultura. En 2007 ingresó a la universidad y estudió Diseño de Modas. “A partir de ahí fui enfocando un proyecto para rescatar y fortalecer nuestra identidad, porque eso es algo sagrado, nuestra vida la vamos plasmando a través de cada obra que hacemos, no podemos dejar que se quede en el olvido”. Así surge la Fundación Hilando y Tejiendo Sueños, de la que hacen parte 35 familias y que se conformó en 2013. “Después de muchas batallas, porque es muy difícil lograr el apoyo estatal, decidimos iniciarla con recursos propios, al final, de tanto luchar, logré el apoyo del Cabildo Indígena. Fue tan difícil porque aquí en ese momento ya no era prioridad el tejido, no se le daba la relevancia que merecía”. Así lo recuerda Flor, quien dice que, en aquellos años, algunas madres tejían ruanas y cobijas rústicas en lana, pero no se reconocía el significado de su oficio.
Por fortuna, la gente que se unió a su proyecto creyó en él. “Pertenecemos a este resguardo, les dije, vamos a trabajar, a hacer cosas grandes, a salir adelante. ¡Tengo muchos sueños, vamos a llegar a Europa! Todo fue un sueño, aunque con los pies bien puestos sobre la tierra… Estaba convencida de que sí lo podíamos lograr”.
Y para alcanzar las metas, era fundamental crear conciencia de la importancia de lo que se estaba haciendo. ¡Era hacer empresa! Flor logró reunir en torno al fuego de su idea, un verdadero equipo. Aunque lo hace muy bien, ahora ella no teje, pues se encarga de liderar. Sus diseños dan la línea. “No me podía sentar a tejer. Era primordial contar con los artesanos y las tejedoras. Empezamos a trabajar muy fuerte. Nuestra primera colección salió en Expoartesanías 2013, el año en que se constituyó la Fundación”. Su ánimo no solo era recuperar una tradición, era que se generaran recursos propios. Lo lograron.
Para Flor Imbacuán la transmisión de los saberes ancestrales es un trabajo sagrado. Muchas familias lo han tomado con mucho amor y entrega. Son felices tejiendo. Se han ido fortaleciendo en esa memoria.
El Resguardo Indígena de Carlosama está en zona rural. Hay alrededor de 9.000 habitantes. Si bien han tenido épocas duras de violencia, ahora viven un tiempo sereno. Flor estudió en la Universidad Autónoma de Nariño. Ella recuerda que fue difícil, una batalla brutal, porque no fue fácil convencer a la familia, que solo quería que estudiara lo básico en la primaria. Sin embargo, durante esa época de violencia se debieron desplazar a un municipio cercano, Cumbal, donde estudió bachillerato, ganó una beca que le permitió entrar al pregrado. Y ya con el puesto en la universidad, nadie se opuso a que estudiara una carrera. “Terminé 11 con los mejores honores y me gané una beca para la universidad”. Al graduarse, su familia estaba de nuevo en Carlosama y ella regresó a su tierra, que está a cuatro horas de Pasto.
“Yo sé que la carrera de Diseño de Modas es para grandes metrópolis, no para un resguardo indígena. Sin embargo, yo quería volver a mi comunidad y poner en práctica lo aprendido”. Lograr reconocimiento no fue fácil. Artesanías de Colombia apoyó, no solo su Fundación, sino la creación de su propia marca que nació en 2017 con el nombre de Hajsú Etnomoda. “Los logros de Hajsú, que en quechua significa “vestuario indígena”, han sido maravillosos, nos conocen en otros países, muchos investigadores han venido gracias a eso y Artesanías de Colombia nos ha promocionado”.
“Yo soy la diseñadora, la mente creativa de todo este proceso, las demás personas hacen parte de grupos de confección, tejido, terminado y acabado. Sé de cada herramienta que usamos para la preparación de la urdimbre, pero mi misión es estar pendiente de que todo salga maravillosamente, y atender a los clientes”. Gracias a la participación en ferias como Expoartesano y Expoartesanías, a su página web y a las redes sociales se han hecho visibles en Colombia y otros países.
“El tejido se hace en el telar vertical o Guanga, que tiene dos parales y dos puntales. Trabajamos elementos de la naturaleza, el fuego, la tierra, el aire y el agua están presentes”. Las grafías manifiestan una memoria guardada que hace honor a la historia. “El tejido es abrigo, es lenguaje”.
Sus diseños parten de la ruana. “Se rediseña desde la misma prenda muy usada dentro del vestuario indígena de nuestra región y tratamos de crear otra pieza mucho más atractiva y enfocada a un mercado donde el gusto es más exquisito, más moderno”. Ahora también se inspiran en el anaco o falda tradicional; en el chumbe, especie de correa o faja, y en el típico chal.
“Las formas, las simbologías no aparecen por azar, no es tejer por tejer, todo tiene su identidad, todo es sagrado para nosotros. Tenemos una paleta fuerte que tiene los siete colores del cueche (arcoíris) y de la bandera de los pueblos originarios llamada Wiphala”. También están los rojos y amarillos de sus frutos; los verdes, los tierra y arena de sus montañas andinas; los azules claros de su cielo diurno y los oscuros de sus noches de estrellas.
El arcoíris o cueche representa a un dios protector de las aguas, de lo femenino. Sugiere respeto y sacralidad. “En el sol de los Pastos está el fuego, es el mayor astro, el taita inti, en quichua. Hablamos de la identidad, del equilibrio y de la complementariedad. En nuestra simbología están los valores de la vida, de la sabiduría, de la fortaleza, del territorio. Tenemos muchos símbolos sagrados. En nuestras prendas representamos entre ocho y diez. En Los Pastos hay más de mil y se pueden manifestar en mil formas”, explica Flor Imbacuán.
En sus tramas hay figuras que recuerdan los petroglifos, vestigios de la mirada profunda que en la antigüedad hicieron los mayores a la bóveda celeste y la manera como la transcribieron. “Lo que miraban en el cielo, lo bajaron a la tierra con la visión y la cosmovisión que ellos tenían y lo plasmaron en el tejido y en los petroglifos. Es una trascendencia de la espiral cósmica. Son los símbolos que están inmersos en nuestra vida, muchos hablan de la dualidad del hombre y la mujer”. Una dualidad que está ahí, como la luz y la oscuridad, el arriba y el abajo, el adelante y el atrás, la tierra y el cielo. Pachamama también está presente, ella es la Madre Tierra.
Cada prenda tiene una energía, contiene un saber. “No solo es adquirir una ruana para cubrirse del frío, es cubrirse de conocimiento, de sabiduría y recordar lo que somos y hacemos. El tejido es un eco, es vida que representa también fortaleza y fe, a nosotros nos da la fuerza para seguir adelante y seguir luchando”.
Trabajan con varias fibras, entre naturales y sintéticas con mezclas de poliéster, preferidas por muchos clientes. La lana de oveja se consigue en la comunidad, para los demás materiales se tienen proveedores en Bogotá y Boyacá. O en Quindío, de donde llevan la seda cien por ciento natural. “Trabajamos la lana de oveja en zona. Se esquila, se pisa, se tuerce…”.
Hajsú Etnomoda recrea una tradición en vestidos, chalecos, cuellos, pashminas, chales, ruanas, capas, abrigos con diseños contemporáneos. Al ser un tejido manual, cada prenda es única. No hay series ni repeticiones. “Una ruana magistral, de cinco piezas y que tiene tres formas de ponerse, se demora un mes en confeccionarla. Comenzaron a mover las redes sociales en 2013 y su página web funciona desde 2014 como tienda virtual. Los productos los llevan a Ipiales y de allá se envían a los clientes ubicados en Pasto, Bogotá, Medellín, Finlandia y Estados Unidos.
Flor tiene 38 años y junto a su esposo es Andrés, tienen una niña de cuatro años llamada Camila. Cuando se le pregunta por lo que más le gusta de su trabajo piensa en el reposo, “en la armonía que encuentro en la vida que me rodea. Esto es algo sagrado que nosotros tenemos. Está el tejido con hilos y lana, también el tejido social que hay detrás de eso; está la felicidad que hay en cada puntada. Se trata de obras de arte que nosotros podemos crear. Generamos vida, generamos futuro. Nuestro trabajo está cubierto de elementos sagrados, de símbolos. Y eso lo tenemos que transmitir”.
Al terminar de conversar, Flor Imbacuán dijo que iría a caminar un poco. En ese campo abierto en el que muchos siguen sus pasos, contentos como ella de poder expandir el conocimiento que llega desde sus orígenes. Ella camina entre los árboles de un paisaje que la inspira y en el que chilcas, espinas, cerotes, arrayanes, capulís y acacias acompañan su trayecto, siempre dispuesto a bifurcarse, a tener nuevas sendas desde los tres principios que la rigen: armonía, equilibrio y complementariedad y con el lema de Hajsú: “moda con encanto ancestral y ambiental”.
* Texto escrito con ocasión de la décimoprimera edición de Expoartesano La Memoria, feria realizada del 29 de octubre al 2 de noviembre de 2020.
El tejido en la guanga es arte inspirado en la creatividad y el color de la naturaleza. Esta técnica ancestral debería nombrarse patrimonio cultural inmaterial del departamento de Nariño. Las artesanas que trabajan en la guanga demuestran todo su poderío y arte a través de sus tejidos
Que feliz me siento por esta nota muchísimas gracias de verdad, ésto me motiva mucho más para seguir luchando 😊